Manolo Hernández Douen
El venezolano Grégor
Blanco nunca fue conceptuado como una súper estrella de la pelota.
Pero su
dedicación, amor y pasión le permitieron brillar en su patria y en las Grandes
Ligas.
Grégor Blanco hilvanó una trayectoria más
sobresaliente que muchos de los que han sido firmados como supuestas estrellas
del futuro. (Foto: Cortesía de Marcos Grunfeld / Béisbol Venezolano).
El saldo de Blanco en el diamante de juego fue mucho más productivo que los logros de decenas de figuras seleccionadas bien alto en el Draft o reclutamiento de talento amateur.
Su amor a los Tiburones de La Guaira se compara en superlativo con muchas estrellas que llegaron a vestir esa camiseta de la novena de la capital venezolana.
“Sentía el uniforme, los triunfos, los fracasos, los dolores, las alegrías”, recordó Blanco de su carrera con los escualos de su patria, en una entrevista que se le hizo para el programa deportivo AcciónXGotas en la Bahía y que va a ser repetida el 7 marzo en ese espacio difundido por la poderosa emisora KIQI1010AM.
“Cuando llegué a los Gigantes, sentí [de nuevo] ese calor familiar, me dí cuenta de que aquí [en San Francisco] se juega con el amor con el que quiero hacerlo”, comparó Blanco.
Con los Gigantes, nadie le brindó nada en bandeja de plata, por cuanto tuvo que ganarse un cupo en el roster del legendario dirigente Bruce Bochy antes de la justa beisbolera de 2012, luego de ser el Jugador Más Valioso de la exigente pelota venezolana.
No obstante, supo abrirse camino como pelotero clave, al punto de que obtuvo dos anillos de campeón de la Serie Mundial y de paso lo hizo como titular en dos posiciones diferentes, como jardinero izquierdo, en 2012 frente a los Tigres de Detroit y central, en 2014 ante los Reales de Kansas City.
“Haber ganado dos anillos de Serie Mundial es algo increíble y en 2014 se hicieron realidad mis grandes sueños como ser jardinero ntral, primer bate y jugar en un séptimo partido [en el Clásico de Octubre]”, dijo el venezolano en aquella entrevista para el programa radial hermano de esta columna.
El momento individual más brillante de su trayectoria en las Grandes Ligas fue salvarle el juego perfecto, uno de apenas 23 en la historia de las Mayores, al lanzador derecho Matt Cain el 13 de junio de 2012 en San Francisco.
En aquella ocasión, Blanco patrullaba el jardín derecho y corrió hacia el enorme hueco que hay entre los bosques central y derecho de ese parque para decapitar una línea, tirándose de cabeza y robarle un posible doblete a Jordan Schafer, de los Astros de Houston.
Esa ha sido una de las grandes jugadas en la historia de la franquicia de los Gigantes. Posteriormente, en ceremonia en pleno diamante, Cain le hizo un regalo especial a Blanco al celebrar con sus compañeros por aquella noche inolvidable.
Curiosamente, Blanco capturó el 13 de julio de 2013 el batazo que significó el
out final del primer sin hits de Tim Lincecum en su brillante carrera en la
meca de la pelota y el primero en la historia del moderno parque de los Padres
de San Diego.
Quizás lo único que le faltó a Blanco fue coronarse en su patria con los Tiburones.
“Me gustaría decirle a mis compañeros de Grandes Ligas de los Tiburones, que en algún momento nos podamos sentar para decidir jugar todos en Venezuela para ser campeones y darle a todos los aficionados ese título que tanto se merecen”, comentó en aquella entrevista radial el amable pelotero que acaba de colgar los spikes.
¿Quién sabe? A lo mejor se le hace realidad ese sueño algún día como dirigente de los Tiburones, a este noble ejemplo latinoamericano en la pelota más exigente que se juega en el planeta.
Quizás lo único que le faltó a Blanco fue coronarse en su patria con los Tiburones.
“Me gustaría decirle a mis compañeros de Grandes Ligas de los Tiburones, que en algún momento nos podamos sentar para decidir jugar todos en Venezuela para ser campeones y darle a todos los aficionados ese título que tanto se merecen”, comentó en aquella entrevista radial el amable pelotero que acaba de colgar los spikes.
¿Quién sabe? A lo mejor se le hace realidad ese sueño algún día como dirigente de los Tiburones, a este noble ejemplo latinoamericano en la pelota más exigente que se juega en el planeta.
Hasta
pronto y, por favor, nunca pierdan la esperanza.
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