Manolo Hernández Douen
Apenas se coronaba, el primer pensamiento de Álex Cora
fue para su natal Puerto Rico.
“¿Cuándo llevaremos el trofeo a Caguas”, sonaron
entre sus primeras palabras en el podio.
Como un solo hombre, los peloteros de los Medias Rojas saben que en Álex Cora tienen un líder digno, que los valora, admira y respeta en todo momento. (Foto: cortesía de Boston Red Sox) |
Por encima de todas las cosas, más allá de la gloria de ser apenas el segundo dirigente latinoamericano capaz de ganar una Serie Mundial, el corazón de Cora estaba en su querida Isla del Encanto.
No era la primera vez. No será la última.
Cuando firmó su
contrato para dirigir a los Medias Rojas de Boston, la primera cosa que Cora le
pidió al alto mando de esa prestigiosa organización fue que le diera un avión
repleto de suministros para el socorro de varias centenares de familias
devastadas por los huracanes Irma y María.
Cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald
Trump, emitió frases inapropiadas sobre lo que ocurría en Puerto Rico, Cora fue
uno de los primeros en proclamar que el mandatario no debe olvidar que se trata
de cientos de miles de seres humanos que sufren, no de una herramienta
política.
Esas acciones y comentarios son apenas algunos de
muchos ejemplos de que Cora sabe que, independientemente de su importancia como
timón de un gran equipo capaz de ganar la mayor cantidad de juegos en toda su
historia (108) y de paso la Serie Mundial en su primera temporada como
dirigente, es bien importante ser un paladín de un Puerto Rico que lo aprecia y
lo admira tanto por calidad beisbolera sino por su don de liderazgo positivo.
No es algo que Cora
se acaba de sacar de la manga. El nativo de Caguas, que apenas tiene 43
años de edad, siempre ha tenido ese don de acentuar lo positivo, de no pisarle
los pies a sus colegas o rivales para darse importancia a sí mismo.
Sin ser una estrella de la pelota, Cora fue exaltado
al Salón de la Fama del deporte de la Universidad de Miami en 2006.
Y cuando llegó a las Grandes Ligas con los Dodgers de
Los Ángeles en 1988, a sus 22 años, Álex siempre encontró la manera
ejemplar de desenvolverse dentro y fuera del terreno.
Esos atributos son recompensados con el respeto que le
dan los Medias Rojas. En una era en la que muchos dirigentes pudieran ser
títeres de sus superiores, Cora recibió el aval de su gerencia general: suya es
la responsabilidad de todo lo que ocurre con su equipo como tal.
A sus peloteros los trata con enorme confianza y
respeto. Eso se le devuelve como un boomerang gigantesco por atletas que están
dispuestos a hacer todo por el joven dirigente.
Es obvio que el talento es enorme en el roster de los
Medias Rojas, pero detrás de todo eso siempre existió la química entre un grupo
de hombres que le dieron mucha más importancia a las letras impresas en la
parte frontal de su uniforme, que en la parte posterior del mismo.
¿Por qué un abridor de la talla de David Price le pudo
dar una vuelta de manera tan exitosamente dramática a una carrera plagada de
incertidumbre a la hora buena? ¿Por qué ese zurdo tan valioso estuvo dispuesto
a partirse el pecho como relevista o como abridor con poco descanso entre
asignaciones? Claro, la calidad está allí, pero lo importante es que siempre
supo que siempre contaba con el apoyo de Cora, en las buenas y en las malas.
¿Acaso salía el dirigente con la grúa cada vez que
Price se metía en aprietos? Lo trató con el respeto que se merece un lanzador
de su jerarquía. A cambio, los Medias Rojas recibieron una de las mejores
actuaciones de serpentinero alguno en las décadas más recientes de la Serie
Mundial.
Algunos expertos criticaron a Cora por haber dejado al
venezolano Eduardo Rodríguez frente al cubano Yasiel Puig en una situación de
apremio, pero en la mente del dirigente estaba el deseo de fortalecer la
confianza de un abridor que hasta entonces tiraba un juego de altos quilates,
pese a ser usado poco en la postemporada.
La confianza hace milagros en la mente de un jugador
que la recibe. Un doble operado de la cirugía Tommy John, Nathan Eovaldi no
tiró nunca la toalla sino cayó con las botas puestas, cuando trabajó un
centenar de lanzamientos en aquel partido de 18 entradas, después de haber
relevado en noches previas. Cora le puso a todo Boston sobre sus hombros. Y su
derecho le respondió con creces.
Algo ocurría con la salud de otro gran zurdo, Chris
Sale. Eso era obvio al no recibir la pelota como abridor en el turno que le
correspondía para el quinto juego. Pero Cora nunca lo quemó en público. Sabía
que lo necesitaría como relevista. Y Sale respondió cuando se le pidió sellar
la victoria.
Boston celebra ahora una gran corona. También lo
necesita hacerlo toda una Latinoamérica que debe estar orgullosa de tener a un
hijo que tan bien la representa como manager en las Grandes Ligas.
Hasta pronto y, por favor, nunca pierdan la esperanza.
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