Manolo Hernández Douen
Las palabras nunca y jamás no existen en el vocabulario de Luis Salazar.
La adversidad lo ha golpeado muchas veces, pero no lo ha podido noquear.
Y dentro de pocas semanas volverá al diamante, luego de la calamidad más grande que ha enfrentado jamás en sus 54 años de vida.
Luis Salazar junto a su esposa, Graciela, su hija Viviana y Tito Avila (izq.),del Salón de la Fama de la Herencia Hispana del Béisbol, en el 2010 en San Francisco (Foto Víctor Enriquez). |
Bien entusiasmado, al punto de asegurar que “me siento como un roble” se encuentra el siempre amable hombre de béisbol venezolano, que –alrededor de las 2:00 p.m, hora del Este de los Estados Unidos, del miércoles 16 de marzo- esperaba junto a su esposa, Graciela, el visto bueno para poder salir del Hospital Regional de Orlando.
Está bien feliz y contento porque sabe que después de su horrible pesadilla le espera su trabajo como manager de los Hillcats de Lynchburg, sucursal clase “A” fuerte de la organización de los Bravos.
Salazar sufrió la pérdida del ojo izquierdo como consecuencia del impacto recibido por la línea bestial conectada por el receptor de los Bravos, Brian McCann el miércoles 9 de marzo, pero no se produjo ningún daño cerebral que pueda afectar su rendimiento como dirigente.
“Lo único que recuerdo fue un sonido y que sentí algo horroroso, pero de allí no recuerdo más nada”, reveló Salazar, que al momento de su terrible experiencia observaba un juego entre los Cardenales de San Luis y los Bravos. “Me dicen que pegué la cara [al caer desde lo más alto de las escalinatas] contra el suelo. No recuperé el sentido hasta que me llevaron al quirófano y después de la operación”.
Mientras Salazar luchaba por su vida en una primera intervención quirúrgica que duró alrededor de dos horas se sufrían momentos de angustia en el mundo beisbolero.
“Pensaban que estaba muerto, porque el impacto fue demasiado fuerte”, expresó el siempre amable ex pelotero venezolano. “Le agradezco a los paramédicos. Ellos me salvaron la vida. Si no fuera por ellos…”.
La preocupación era enorme, empezando por la angustia que vivieron su esposa, Graciela, e hijos, y toda la organización de los Bravos, desde la presidencia de la franquicia del estado de Georgia hasta peloteros que conceptuaron el percance como el peor que han visto.
“Lo del ojo me impactó muchísimo, me costó trabajo aceptarlo, pero cuando escuché las versiones de lo ocurrido me dio pánico”, expresó Graciela Salazar. “Apenas tuvo signos vitales cuando lo llevaban en el helicóptero. Pudo haber sido mucho peor”.
La esposa de Salazar, que horas después del accidente, llena de angustia, tristeza y dolor, le reveló a un humilde periodista sobre el daño sufrido en el ojo del ex jugador de las Grandes Ligas, no sabía qué esperar mientras su familia vivía aquella pesadilla en Orlando.
“Fue una semana horrible, no sabía ni siquiera qué día era”, indicó la señora Salazar.
No le quedaba sino aceptar las cosas a medida que se presentaban, dándole todo su apoyo a su esposo, mientras iba recibiendo cada parte médico acompañada por los hijos de la pareja, Carlos y Viviana, por su hijo político, Franklin Gutiérrez, jardinero central que viajó a la Florida desde el campamento primaveral de los Marineros de Seattle en Arizona y muchos amigos que visitaban o llamaban para enterarse y ofrecer sus palabras de aliento.
Los médicos la animaban al presentarle los ángulos positivos del desenlace.
“Me preguntaron qué hubiera preferido, qué Luis tuviera los dos ojos, o que hubiera tenido que pasar el resto de su vida en una silla de ruedas”, comparó la esposa de Salazar, al rememorar la conversación con un médico que la consolaba al ponerle las cosas en la mejor perspectiva posible.
La información definitiva fue ofrecida a la prensa el miércoles 16 de marzo. Para entonces, ya el manager de los Hillcats había recibido una explicación detallada de lo que le espera con respecto a su ojo izquierdo.
“Me van a poner una prótesis, un ojo artificial”, comentó Salazar. “Voy a quedar como si no me hubiera pasado nada en el ojo. Hasta voy a poder manejar. Lo único que no podré hacer es pilotear un avión”.
Por supuesto, necesitará de cierto tiempo para rehabilitarse y adaptarse a su nueva condición física. Los Bravos consideran que requerirá de alrededor de mes y medio para incorporarse plenamente a sus funciones como dirigente de Lynchburg.
En menos de una semana, empero, se reportará al parque de pretemporada de los Bravos en Lake Buena Vista, Florida, el mismo escenario de su accidente, para agradecer personalmente a parte de tanta gente que le apoyó en sus momentos tan difíciles.
“Quiero visitar el club house, para que se sientan mejor, saludar a Fredi González [manager de Atlanta], y sobre todo, quiero hablar con McCann”, enfatizó Salazar. “Sé que él quedó bien mal después de lo que ocurrió”.
McCann fue una de muchas personalidades beisboleras que visitaron a Salazar en el hospital. El venezolano recuerda que todos los días se presentaban entre 15 a 20 personas, incluyendo peloteros, dirigentes e instructores de varias organizaciones.
“Quiero agradecerle a todos, a mi familia, mis amigos, especialmente a los Bravos, que se han portado de una manera increíble conmigo, como si yo tuviera 10 años en esta organización”, agradeció Salazar.
Entre sus visitantes de otras organizaciones estuvieron el boricua Edwin Rodríguez, manager de los Marlins de la Florida; Terry Collins, dirigente de los Mets de Nueva York, que le trajo un bate firmado por sus peloteros y Jack McKeon, otrora arquitecto de los Padres de San Diego, uno de los cuatro equipos con los que jugó Salazar en sus 14 años como activo.
“Mi compadre [el ex pelotero cubano José Martínez, alto ejecutivo de Atlanta] siempre estuvo a mi lado”, agregó Salazar. “Hasta gente que tenía años sin ver, como Dennis Rasmussen [ex lanzador zurdo, quien fuera su compañero de equipo en los Padres de San Diego] vino para darme ánimo”.
Muy especialmente, Salazar agradece que el gerente general de los Bravos, Frank Wren, lo ha tratado no como un empleado sino como a un miembro de su propia familia. Wren encaró la situación como si el que hubiera recibido el pelotazo hubiera sido un hermano suyo.
“Esto ha sido una bendición de Dios”, insistió Salazar, rebosante de optimismo. “Ahora lo que vienen son cosas positivas”.
¿Jamás? ¿Nunca? ¡Qué va! Apenas puede esperar para hablar con sus peloteros.
“Necesito estar en el campo, ajustándome a las condiciones de juego”, es lo que tiene entre ceja y ceja.
No podía ser de otra manera, porque no existieron ni el jamás ni el nunca cuando los Reales de Kansas City le dieron su libertad incondicional a la tierna edad de 18 años, ni cuando la terrible lesión de una rodilla casi le cuesta su carrera en 1985, cuando jugaba con los Medias Blancas de Chicago.
Tampoco existen ahora ni el jamás ni el nunca en el vocabulario de Salazar.
Y dentro de pocas semanas, tal vez mucho antes de que cumpla el 19 de mayo sus 55 años de edad, volverá a trabajar en lo que tanto le ha apasionado desde que era prácticamente un niño en su natal estado Anzoátegui, al oriente de Venezuela.
Hasta pronto y, por favor, nunca pierdan la esperanza.
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