Manolo Hernández Douen
Un estadio lleno a
reventar de manera consistente es la aspiración de todo propietario.
Un parque repleto
constantemente, como el hogar de los Gigantes de
San Francisco, es obviamente
el sueño de todo propietario en el Béisbol de Lujo.
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Muchos cuentan con el
hogar ideal, otros lo proyectan,
algunos apenas sueñan.
Aunque varios dueños
han invertido cientos de millones para remodelar legendarios escenarios beisboleros
como el Fenway Park o el Wrigley Field, la “moda” a partir del presente milenio
ha sido estrenar modernos parques.
Trece de los 30
equipos de las Grandes Ligas cuentan con estadios estrenados desde 2000, lista que pudiera subir a 16 ó 17 antes de que
termine la actual década.
Otras ocho
franquicias juegan sus encuentros de casa en parques estrenados en los ’90.
Agobiados por sus
relativamente bajas recaudaciones, la aspiración de los Atléticos y los
Rays es contar a la mayor brevedad
posible con nuevos hogares. El alto
mando de la novena de Oakland quisiera mudarse a San José, pujante ciudad del
Norte de California. De Tampa Bay hasta se habla de una posible reubicación en
algún otro estado e inclusive país (¿Montreal, Canadá?).
Tan grande es la
“locura” por obtener un nuevo hogar que los Bravos de Atlanta, que
cuentan con un parque apenas inaugurado en 1996 para los respectivos Juegos
Olímpicos, van a tener ahora un nuevo escenario, a construirse desde mediados
de 2014 con el objetivo de ser inaugurado en 2017.
“Es una nueva
generación y deseamos un estadio que la atraiga y entretenga”, declaró el
presidente de los Bravos, John Schuerholz.
La nueva casa de los
Bravos costaría unos 672 millones. La ubicación de la estructura deportiva es
Cumberland, Georgia y su capacidad será de alrededor de 41,400 aficionados.
Como muchos otros
parques recién estrenados, el de los Bravos será del
estilo ‘Retro’, es decir combinando la arquitectura moderna con motivos
clásicos beisboleros.
Los Bravos seguirán
lo que ha sido la norma: un estadio con aforo relativamente pequeño que sea más
fácil de llenar consistentemente y que permita a los aficionados estar más
cerca del diamante.
Con excepción del
nuevo Yankee Stadium, inaugurado en 2009 con capacidad para 49,642 aficionados,
la mayoría de los recintos modernos tienen aforos para menos de 43,000
espectadores y algunos inclusive por debajo de los 40,000. Eso sí, son edificaciones
exclusivamente diseñadas para el béisbol.
Construir un parque suele
tener un impacto inmediato en la comunidad, pero el imán puede
perder su fuerza si la estructura no viene acompañada por un equipo ganador.
Por ejemplo, los
Indios, que solían jugar en el Estadio Municipal de Cleveland con capacidad
para 74,438 espectadores (81,000 para el football) y aquello parecía un gigantesco
cementerio cuando iban “sólo” 10,000 a un juego, disfrutaron de un éxito
singular al estrenar su nuevo estadio en 1994 con asientos para 42,404
personas.
Tanto era el amor en
Cleveland por su Jacobs Field que los Indios establecieron un entonces récord
de Grandes Ligas al agotar la boletería para 455 juegos consecutivos del 12 de
junio de 1995 al 4 de abril de 2001.
Un humilde periodista
latinoamericano no puede olvidar el comentario de una dama que combatía el frío
junto a sus dos hijos menores a las afueras del Jacobs Field antes de un encuentro de la Serie Mundial de 1997 entre los
Indios y los Marlins de la Florida.
“No tenemos boletos,
pero quiero que mis hijos por lo menos escuchen desde aquí cómo es el sonido de
un juego a casa llena”, dijo aquella señora a Béisbol por Gotas.
La concurrencia al
ahora llamado Progressive Field fue de 1,572,926 en 2013, bastante aceptable
para una ciudad que ha tenido muchos problemas económicos en años recientes,
pero ni remotamente parecida a la de 3,404,750 en 1997.
Así como los Indios
disfrutaron de un esplendoroso contraste entre jugar en un coloso
polideportivo a pasar a un moderno parque, los Gigantes de San Francisco gozan
de ese beneficio desde 2000 luego de ir del frígido y ventoso Clandestick Park
a una hermosa estructura llamada actualmente AT&T Park.
El éxito taquillero
de la novena de naranja y oro se basa en la afluencia de una combinación de los tradicionales aficionados
de los Gigantes con una entusiasmada juventud impactada por los atractivos de
un escenario ubicado en el corazón de la cuarta ciudad en población de
California, el epicentro cultural del norte del vasto estado.
Con capacidad para
41,195 espectadores, el AT&T Park se ha recubierto recientemente de ribetes
históricos al superar a comienzos de mayo la racha de la Liga Nacional de 257
juegos seguidos agotando la boletería, implantado por los Filis de Filadelfia
del 7 de julio de 2009 al 5 de agosto de 2012.
La actual racha de
los Gigantes, que han superado los tres millones de espectadores en 12 de sus
14 temporadas en su nuevo recinto, comenzó el 1 de octubre de 2010, cuando la
novena dirigida por Bruce Bochy iba embalada a lo que sería la conquista de su
primera de dos Series Mundiales en cuatro temporadas.
Coincidentalmente, la
excelente racha de los Filis se produjo en la época de sus cinco coronas
divisionales consecutivas y en años posteriores al estreno de su nuevo estadio
en 2004 con capacidad para 43,651.
En otras palabras, el
éxito en el diamante y la novedad en su instalación es una mancuerna que se
traduce en apoyo pleno de la fanaticada.
Si no lo cree usted
así, pregúnteselo a los Marlins de Miami, uno de los pocos equipos que todavía
jugaban en un estadio polideportivo. La nueva casa de los Peces es un hermoso
escenario con capacidad para 37,442 espectadores.
La concurrencia de
2,219,444 reflejó el entusiasmo popular por el estreno del nuevo parque en
2012, pero decayó el año siguiente a un antepenúltimo en las Grandes Ligas de
1,586,322 –apenas superior al 1,520,562 del viejo estadio en 2011-. Obviamente,
tuvo algo que ver el hecho de que esa franquicia perdió 100 partidos en 2013.
Hasta pronto y, por
favor, nunca pierdan la esperanza.
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